Por Fray Marcelo Méndez ofm. Vicepostulador de la Causa de Canonización de Esquiu.
La vida de los sacerdotes siempre ha sido un tema que ha merecido diversas apreciaciones y comentarios a lo largo de la historia. Su vida encierra algo que lo hace distinto, porque no siempre es conocido o valorado en lo que es propio de su vocación.
El sacerdote ocupa un lugar propio y necesario en el proyecto y misión de Jesucristo. Este sería el primer punto a tener en cuenta, no estamos ante una creación cultural de la sociedad en un tiempo determinado de la historia, sino ante una realdad que tiene su razón deser y actualidad en el mismo Jesucristo.
Él ha querido permanecer en la historia y ejercer su ministerio a través de una realidad sacramental, para ello ha instituido el sacramento del Orden Sagrado. Esquiú dice que la «misión del sacerdote no es otra que la misión de Jesucristo». Esta conciencia le hacía decir al apóstol s. Pablo: «llevamos un tesoro en vasijas de barro» (2Cor. 4,7).
Este marco bíblico y teológico es el que nos permite comprender el significado de la vida del sacerdote. Fuera de este ámbito nos quedamos como meros espectadores de alguien a quien tal vez podemos valorar en algunos casos, pero que no llegamos a conocerlo en su identidad.
Estamos ante una realidad que encierra una misión que es humana y espiritual, a la cual no la podemos reducir a un solo aspecto, sino que la debemos comprender en la riqueza y fragilidad de su totalidad.
Recuperar el sentido del ministerio sacerdotal es una urgencia pastoral de la Iglesia. Creo que esta intuición es lo que le da actualidad al Encuentro Nacional de Sacerdotes 2021.
La vida de fray Mamerto Esquiú, si bien es única y personal, al ser una respuesta en la Iglesia al llamado de Jesucristo, y tener en el Él su raíz y modelo, se nos presenta como una realización concreta y válida para todo sacerdote. Cuánto bien nos hace detenernos a contemplar una vida tan gozosa y fecunda.
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