La caridad se conoce como la actitud de quien obra desinteresadamente, en favor del prójimo, sin esperar nada a cambio. Es la virtud de amar al prójimo, incluso sobre sí mismo. Y en ese amor al prójimo se expresa el amor a Dios sobre todas las cosas. Fray Mamerto supo cultivar, cuidar, vivir y compartir este amor.
La grandeza y el impacto de su trabajo apostólico y de su compromiso pastoral, se desprenden de esta virtud, la caridad hacia Dios.
Todo tenía como impulso la caridad ardiente que desciende de Dios. Los textos documentan abundantemente cómo en distintos episodios y estadios de su vida ejerció en modo heroico está virtud: “En el cuidado que ejercía sobre sus sentidos, en la atención que ponía en sus conversaciones, en el cumplimiento estricto de sus deberes, en la dedicación con la que corregía en cualquier clase de persona, sin distinción entre gobernantes y personas comunes”.
Sus obras, sus palabras y sus escritos atestiguan que él no buscaba su propia gloria sino exclusivamente la de Dios junto a la santificación de las almas. En especial cuando era obispo en las misiones de la diócesis predicaba más veces en el día. Al mismo tiempo nunca dejó de ser consciente de ser un pecador junto a la esperanza de la misericordia.
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“Pero, ¿cuál es mi ciencia? ¿Cuál es mi caridad, las virtudes divinas que se requieren en el que ha de sembrar la palabra de Dios en los corazones de los fieles? ¿Soy luz? ¿Soy sal de la tierra?”.
Espacio sagrado: ¿Qué te sorprende de esta actitud de Mamerto?