Fragmento del Diario de recuerdos y memorias de Fray Mamerto Esquiú del 15 de enero de 1867 en relación al nacimiento del niño Dios.
«Más entre todas las obras de Dios que lo son todas las cosas, hay una que es la obra de Dios por excelencia; á las que sirven todas las cosas y la marcha de ellas, y que en el espacio como en el tiempo ocupa un centro al que converge todo, no digo la humanidad, sino todo cuanto existe y procede de la mano de Dios. A esa obra, á Jesucristo, se inclinó el tiempo desde el principio hasta el fin del mundo, á ella se dirige toda la acción simultánea de la divina Providencia y de la libertad humana, antes que existiera fue necesario que exista, y para verificarse, el Señor fecit potentiam ín brachio suo (Lc 1,51: desplegó la fuerza de su brazo), llevó su Omnipotencia, su Sabiduría y su Amor hasta lo infinito, porque un Hombre Dios es el máximo de su Amor, de su Sabiduría y de su Poder.
Y el misterio de la vida de Jesucristo desde su Encarnación en las entrañas de la Virgen María y su Nacimiento en un pesebre y de su humildad y pobreza y de sus dolores y de su muerte en Cruz, tan altos y profundos misterios ¿no corresponden al insondable misterio de su doble naturaleza divina y humana en la sola persona del Verbo?
Esa vida, ese inefable Jesús, Deus fortis, Princepspacis, Paterfuturisceculi (Cfr. Is 9,6: Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, y la soberanía reposará sobre sus hombros; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de la Paz), el Redentor de los pecadores el Juez de ángeles y hombres, el Pacificador universal y que tiene imperio universal sobre todo lo criado, ah! este opus Dei que ha sido hecho en medio de la tierra y de todos los tiempos, y que no es simplemente como la palabra que cría las cosas sino que es la gran vos, el Verbo Eterno, que con su sabiduría vino a enseñarnos y con su amor y mérito darnos al Espíritu que procede de él y del Padre, para que recibiéramos su enseñanza, para que creyéramos en él».