Esquiú a los sacerdotes: «Querer en primer lugar y en segundo lugar, hacer bien lo que estamos haciendo”

Ago 4, 2021 | Beatificación, Fray Mamerto Esquiú

Comisión Beatificación de Esquiú.

Esquiú en el Día del Párroco y de los Sacerdotes

“Jamás llegaremos a ser buen olor de Cristo si no empapamos nuestra alma en la meditación de su vida, pasión y muerte santísimas”, Mamerto Esquiú.

El 4 de agosto, la Iglesia celebra la memoria de San Juan María Vianney, Patrono de los Párrocos, y el Día del Párroco y de los Sacerdotes.
Es por ello que en este tiempo especial que vivimos los catamarqueños, en comunión con los hermanos de todo el país, ante la proximidad de su beatificación, queremos compartir el pensamiento del ilustre fraile Mamerto Esquiú en esta fecha especial.

En la Carta Pastoral a los Sacerdotes -16 de enero de 1881-siendo Obispo de la Diócesis de Córdoba, refiere a la etimología de la palabra sacerdote: “El nombre mismo de sacerdote, suerte sagrada sacer-dos o me consagro, sacerdote, proclama elocuentísimamente que los sacerdotes somos víctimas consagradas al amor de Dios a los hombres; sacerdote es como decir: no solo ésta o aquella función de mi ministerio se ordena al amor que tiene a los hombres el Salvador del mundo, sino que mi vida entera, todo mi ser es una hostia de ese amor sacratísimo: sacerdotes (…)”.

Asimismo, describe la esencia del sacerdocio: “El sacerdote, es verdad, debe ser santo; pero no es para eso el sacerdocio, sino para que, siendo santo el que lo tiene, esté consagrado al amor y a la grande obra de la santificación de sus prójimos. Esta debe ser nuestra vida; a este amor estamos consagrados. De ahí, como de su divina fuente, brotan nuestros estrechísimos deberes”.

En cuanto a los deberes de los presbíteros, manifiesta que “el primero de éstos, es el de dar buen ejemplo de vida y que con su acostumbrado lenguaje celestial San Pablo llama: «buen olor de Cristo en todo lugar» (2 Cor 11,15)”. Y apunta sobre el ejemplo de vida de éstos que “jamás llegaremos a ser buen olor de Cristo si no empapamos, por decirlo así, nuestra alma en la meditación de su vida, pasión y muerte santísimas. Solo ahí puede encenderse la llama de la divina caridad: Et in meditatione mea exardescetignis -Y el fuego se atizó en mi meditación… Salmo 38 (39)-. Al deber del buen ejemplo de vida sigue el sacratísimo de la predicación de la Palabra de Dios, la cual, además de santas meditaciones y continuas súplicas supone el estudio de las ciencias sagradas”.

Y profundiza este aspecto afirma: “De los deberes sacerdotales puede decirse lo que decía a los Corintios el Apóstol San Pablo (1 Cor. 3,6): «el buen ejemplo planta, la predicación riega; pero tocando a Dios dar la vida por medio de la gracia, nada se habrá hecho con sólo ser olor de Cristo con el buen ejemplo, y pregoneros de su Evangelio por la predicación, si a esto no se agrega la continua y recta administración de los sacramentos de la Penitencia y Eucaristía, fuentes purísimas e inagotables de la divina gracia»”.

Sobre los confesores

El Padre Esquiú dedicaba muchas horas a la atención de los fieles en el confesionario. Había descubierto la importancia de la salvación de las almas.
Por eso dice: “Algún santo, si no me equivoco, el verdaderamente santísimo Pío V, ha dicho: «Dadme buenos confesores y os doy reformado el mundo cristiano». Esta palabra lo dice todo, y de un modo mejor que cuando yo pudiera decir en muchas páginas sobre la deplorable ligereza con que se trata el sacramento de la Penitencia, y sobre el celo y paciencia, firmeza, rectitud de intención y sabiduría con que todos los sacerdotes debemos aplicarnos a la obra verdaderamente divina de servir de canal a la efusiones de la misericordia y méritos infinitos de nuestro Dios Salvador sobre tantas almas que gimen bajo el peso de los pecados y vicios más repugnantes”.

Virtudes que deben tener los sacerdotes
En cuanto a las virtudes que deben tener los sacerdotes, el obispo Esquiú señala que “dada en nosotros esa divina caridad, nos serían como naturales todas las más grandes virtudes, el celo y paciencia, el estudio y oración, pureza, humildad y mansedumbre y tantas otras que requiere el ministerio sacerdotal”.

“En efecto, todo lo que hay que hacer por nuestra parte se reduce a tener un verdadero deseo de poseer y vivir en la divina caridad y a que practiquemos debidamente dos funciones de nuestro sagrado ministerio que todos los sacerdotes debemos y solemos practicarlas, y que son el oficio divino y la celebración de la Santa Misa. Esto es todo: querer en primer lugar… Y en segundo lugar, hacer bien lo que estamos haciendo”, asevera.

 

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