Catamarca, octubre 14 de 1855. – Fray Mamerto Esquiú –
Transcripción: Fray Pablo Reartes 19/6/2021
La niñez del Padre Esquiú se deslizó silenciosa en la gran escuela del hogar cristiano; él mismo describe los años de su infancia en una página hermosísima que se considera como su Testamento. Es del tenor siguiente:
«Recuerdo. –hijos de mis padres –Este testimonio de afecto que dejó en vuestro poder, es el fruto de mi sacrificio a Dios en el estado religioso: allí se agotó para siempre el amor a la propia prosperidad, y se centuplicó el que os debía a vosotros que ha ido creciendo a medida que el tiempo hacía desaparecer a mis padres y antecesores. –Dios me había concedido la inestimable gracia de gozar mi juventud en el seno de un padre y de una madre, que a su vez tenía su madre y una hermana muy amada. Seis éramos los hijos venturosos de aquellos padres tiernos que sin bienes de fortuna en el humilde estado de labradores, eran felicísimos en la tranquilidad de su virtud y resignación, y en las dulzuras de una vida contraída exclusivamente a su familia y a Dios: la discordia: el espíritu de maledicencia, la avaricia, la injusticia, ninguna pasión enemiga de los hombres ha entrado en el santuario del hogar paterno: allí han reinado una paz inalterable y una ocupación incesante, estéril de progreso en la fortuna, pero copiosa en las dulzuras con que
sazonaba la satisfacción de todas nuestras necesidades; y el santo nombre de Dios se invocaba desde la mañana a la noche: aún no aclaraba el día sus primeros crepúsculos; y la voz de mi padre sonaba como el acento de un ángel de Dios sobre todas su familia; que de rodillas alternábamos los cánticos del Trisagio y las oraciones de la mañana: después de esto se concedía una corta holganza y salía mi padre con los instrumentos de cultivar la tierra, al hombro, al recinto de una heredad muy estrecha, pero avara sin medida del sudor de su anciana frente; mi hermano y yo caminábamos a la escuela, y mi madre y mi hermana, ángeles tutelares del hogar doméstico, se aplicaban a la rueca y al telar, y a preparar con sus propias manos el alimento de su esposo y de sus hijos: a mediodía se volvían a reunir todos en el seno de una paz profunda y contentísimos con una refección sumamente frutal, se separaban después de un breve descanso, para ir cada uno a su tarea, y no juntarse sino a la entrada del sol; lo restantes del tiempo se daba descanso, al rezo del rosario, a la lectura, a los consejos saludables, a los quehaceres dulcísimos que forman el alma de la vida doméstica.
¡Ay! ¡tiempo feliz y edad venturosa! apartados tan lejos, tan hondamente, ¡que sólo os recobraré en la eternidad! Allí donde ya descansan mi madre, mi padre, mi tía, a quien llamábamos mamita, y mi abuela, que decíamos madre señora; ¡en esa eternidad, en que resplandece la esperanza velada por los horrores de la muerte y el pavor de la justicia infinita, allí os encontraré, días felices de mi niñez, gozos inocentes, amor incomparable de mis padres! De desapareciste de la tierra, no me queda en ella más que lo que resta de vosotros – mis hermanos, vuestros hijos, -ellos y sus descendientes, si los tuvieren, son el consuelo y el bien que tomo de este mundo: lo demás pertenece a la eternidad. – Recibid, pues, prole amada de mis padres, en el último individuo a que os reduzcáis, y por más lejano lugar que ocupéis en lo porvenir, recibid este voto de amor de mis padres y a vosotros, este único resto de mi vida arrebatada al mundo y consagrada a Dios: en este momento de mi vida que ha llegado a su punto más culminante, que no sé si bajará lentamente en el descenso de la edad madura y de la vejez o caerá de súbito herida por la muerte desamparado ya de todos mis mayores; pero favorecido aún de mis cinco hermanos muy queridos, he vuelto a mis ojos a recoger los frutos pocos y flacos de mi vida y con el propósito de daros todo lo que viniere en adelante, os lo presento en memoria de mi madre Doña María Nieves Medina, muerta a los 10 años de mi vida, en la de mi padre Don Santiago Esquiú, muerto a mis 19 años, en la de mi mamita doña Francisca Medina y en la de mi madre señora doña Paula Medina de Medina y el memoria de mis cincos hermanos: Rosa, Odorico, Marcelina, Justa y Josefa. – ¡Adiós, prendas queridas! ¡que seáis herederos de la virtud y de la felicidad de mis padres! y que bendigáis su memoria y roguéis por ellos y por mí, ¡que os abraza de paso en este mundo y se juntará para siempre a vosotros y a ellos en la eternidad!».
DESCARGAR EN PDF
1 El P. Mamerto González, considera este escrito como el Testamento de Fray Mamerto Esquiú. Citado en Fray González A. Mamerto, Diario de Recuerdos y Memorias. Tomo II, su vida Pública, Córdoba, Imp. La Moderna, 1914, pp. 23-25.